Si hay un modelo a tener en cuenta para estructurar un discurso, ese es el de los grandes oradores latinos. Por fin hoy nos vamos a dedicar a mostrar la forma cómo estos grandes oradores latinos organizaban sus discursos.
A lo largo de varios artículos he expuesto las diferentes partes en las que puedes dividir tu discurso. Hemos hablado de la línea argumental clásica, de la estructura situación-problema-solución, del viaje del héroe y de la estructura académica.
Con el de hoy cerramos la serie de artículos dedicados a las líneas argumentales, las formas de organización de un discurso.
Pero antes y como siempre hago, déjame recordarte que si tienes que realizar una presentación en público y necesitas asesoramiento o tu organización necesita formación sobre este tema o sobre cómo mejorar la capacidad de comunicación e influencia, ponte en contacto conmigo a través del formulario de contacto de la web de Interacción Humana.
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Ahora sí, vamos con el tema de hoy.
Cómo organizaban el discurso los grandes oradores latinos.
Antes de describir la línea argumental latina quiero hacer una salvedad. Que me refiera a esta estructura como la de los oradores latinos no significa que se trate de una forma de estructura en desuso.
Todo lo contrario. Aprender a utilizar esta estructuración del discurso es una de las mejores cosas que puedes aprender para mejorar tus dotes de elocuencia porque, no en vano, este es el modelo que más se ha practicado a lo largo de la historia, lo cual habla bien a las claras de su utilidad.
Por lo tanto, que la referencia a la antigüedad del nombre no te confunda. Utiliza este modelo para crear estructuras discursivas altamente eficaces.
Pero como ocurre con todas las líneas argumentales de las que te he hablado a lo largo de estos artículos, la línea argumental latina se acomoda mejor a aquellos discursos que pertenecen al tipo de retórica llamada judicial o forense, aquella que busca establecer responsabilidades sobre un hecho determinado.
Es, de hecho, el tipo de retórica que, por ejemplo, utilizan los abogados y fiscales en un juicio, aunque eso no quiere decir que éste sea el único ámbito en el que este tipo de partición del discurso tiene cabida.
Por ejemplo, puede ser útil en aquellas situaciones en las que defiendes una postura determinada ante otros opositores.
Tal vez, el momento de mayor esplendor de la oratoria fue la Roma del siglo I de nuestra era con figuras com Cicerón –tal vez el más grande orador romano de todos los tiempos–, Quintiliano, Licinio Calvo o Séneca, entre muchos otros.
Una época políticamente muy convulsa en la que abogados y políticos libraban batallas dialécticas muy duras, en las que las dotes oratorias marcaban la diferencia.
De esta época es la obra más influyente en la retórica clásica y en la Edad Media, Ad Herennium, una obra, en principio atribuida a Cicerón, pero de la que, en realidad, desconocemos su autor.
En ella se describen las 6 partes en las que tiene que estar dividido un discurso, partes que los oradores latinos seguían minuciosamente.
Hay que decir que, en la práctica, estas partes deben ajustarse al contexto en el que el orador tiene que intervenir pero, vale la pena que las veamos todas, aunque sea brevemente.
Estas son las partes de un discurso latino:
1. El exordio.
Esta es la parte introductoria del discurso. Es la parte en la que el orador conecta con el auditorio, llama su atención y establece su buena fe, su honradez y fidelidad a la verdad. Es decir, es la parte en la que el orador demuestra que no le mueve ningún tipo de ánimo oscuro o egoísta, sino que está movido por la búsqueda de la verdad o del bien común.
Por lo tanto, esta es la parte que más fuertemente está vinculada con el Ethos.
2. La narración.
El orador explica el caso, expone los hechos, el caso, de forma ecuánime, casi diría que aséptica.
Es la parte que tiene que servir para que la audiencia se haga una composición de lugar de cómo está la situación, de cuáles son los hechos que nos han traído hasta aquí o los motivos que han de ser considerados.
3. La división.
El orador expone en qué está de acuerdo y en qué no con sus oponentes; es decir, primeramente establece ciertos puntos de acuerdo a partir de la narración de los hechos, para, posteriormente, establecer la propia postura y las discrepancias con la visión de la otra parte.
4. La prueba.
El orador expone los argumentos que defienden su tesis. Es decir, es el momento de presentar los argumentos y las pruebas que demuestran el porqué la postura que defiende es aquella verdadera. Por descontado, esta es la parte que más vinculación tiene con la razón, con la lógica, en definitiva, con el Logos.
5. La refutación.
Esta es la parte en la que el orador desmonta los argumentos de la otra parte. Es la ocasión para demostrar por qué la postura del oponente no reúne la solidez necesaria como para ser tenida en consideración.
Es el momento en el que los oradores latinos –y los que les siguieron– lanzan la caballería contra las huestes contrarias.
Nuevamente, esta es una parte muy vinculada al Logos.
6. La peroración.
Llegamos al final, cerramos el discurso. Aquí los buenos oradores echan toda la carne en el asador de las emociones.
Tal y como hemos mostrado en otros episodios es la parte en donde el orador pone todo el énfasis posible y donde resume lo precedente, reitera los argumentos más fuertes y explicita la conclusión a la que llega.
No lo eso, también es la parte en la que moviliza a la audiencia para la acción o para que se posicione de una determinada manera, por lo tanto, es la parte en la que mayor interés pone en movilizar las emociones de la audiencia; este es el terreno del Pathos.
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Óscar Fernández Orellana
Director de Interacción Humana
Psicólogo – Coach, formador,
Consultor de comunicación.
Autor de Así persuaden los líderes.
Profesor del postgrado de Comunicación Persuasiva. Universidad de Barcelona.